La interrogación. La admiración
LA INTERROGACION
Los signos de interrogación (¿-?) indican que es interrogativa la oración incluida entre ellos.
No debe olvidarse que los signos de interrogación son dobles y, por tanto, deben colocarse tanto al final como al principio de la oración interrogativa. Así es en castellano, aunque en otras lenguas sólo se utilice el signo del final.
¿Qué habrá sido ese ruido tan grande?
Pero veamos otras situaciones:
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Mientras que al comenzar una interrogación se usa siempre mayúscula, cuando hay una serie de interrogativas seguidas, sólo es necesaria la mayúscula en la primera interrogativa.
¿Qué dices? ¿qué haces? ¿qué piensas? ¿qué te propones?
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Si la interrogativa sólo afecta a una parte del párrafo, sólo esta parte irá con signos interrogativos.
Si estás dispuesto ¿por qué no lo haces de una vez?
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Cuando se usan las interrogaciones en la cita de una fecha, se quiere indicar que hay duda en la exactitud del dato.
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No olvidemos, tampoco, que hay una forma interrogativa indirecta que no lleva signos interrogativos.
Me pregunto qué habrá sido ese ruido tan grande.
LA ADMIRACION
Los signos de admiración (¡-!) enmarcan un contenido que expresa sentimientos vivos.
También los signos de admiración son dobles en Castellano.
Se usan en oraciones exclamativas y con interjecciones.
¿Al ladrón! ¡Auxilio! ¡Viva la Constitución! ¡Ay!
Cuando después del signo de admiración se pone una coma, la palabra siguiente no tiene que comenzar por- mayúscula. Lo mismo sucede con la interrogación.
Pero yo, ¿se da cuenta?; no le doy importancia.
EJERCICIOS: La interrogación. La admiración
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23.1. Observe los signos de interrogación y de admiración en el siguiente cuento del escritor Antón Chejov.
POR LA ESCALA SOCIAL
El consejero provincial Dolbonosov, hallándose en Petersburgo en comisión de servicio, fue a parar, por pura casualidad, a una velada que ofrecía en su casa el príncipe Fingalov; y, para sorpresa suya, encontró allí al estudiante de Derecho Schepotkin, que cinco o seis años antes daba clases particulares a sus hijos. No conociendo a nadie más, se acercó, aburrido, a Schepotkin.
—¿Cómo es que…, cómo ha venido usted a esta velada? —le preguntó llevándose la mano a la boca para disimular un bostezo.
–Lo mismo que usted…
—Bueno, eso será cosa de ver —enfadóse Dolbonosov, mirando al joven por encima del hombro— ¡Ejem!… ¿Qué tal…, qué tal le van las cosas?
—Regular… Me gradué en la Universidad y ahora soy delegado especial de Podokonnikov.
—¡Ah!… Para empezar no está mal. Pero… Perdone la indiscreción: ¿qué representa ese cargo desde el punto de vista monetario?
—Ochocientos rublos.
—¡Bah! Con eso no hay ni para tabaco—murmuró Dolbonosov adoptando de nuevo un tono de protectora condescendencia.
—Desde luego, para vivir decentemente en Petersburgo no es bastante, pero, además, soy secretario de la administración del ferrocarril de Ugaro-Deboshirskaia, y en este puesto gano mil quinientos rublos.
—¡Ah! En tal caso, naturalmente —le interrumpió Dolbonosov mientras su cara se iluminaba con una especie de resplandor—. A propósito querido mío, ¿cómo conoció usted al dueño de esta casa?
—Muy sencillo —respondió, indiferente, Schepotkin—. Me presentaron a él en casa del secretario civil Lodkin…
—¿Usted… visita a Lodkin? —desorbitó los ojos Dolbonosov.
—Muy a menudo. Estoy casado con una sobrina suya…
—¿Con una so-bri-na? ¡Hem!… ¡Quién lo iba a decir! Pues yo, ¿sabe usted?, siempre le deseé, siempre le predije… un porvenir brillantísimo, respetable Iván Petrovich…
—Piotr Ivanich.
—Eso es, Piotr Ivanich. ¿Sabe usted? Cuando le vi me dije: «Es una cara conocida». Al momento le reconocí, y pensé: «Tengo que invitarle a almorzar. No rechazará la invitación de un anciano». ¡Je, je, je! Hotel Europa, habitación treinta y tres. De la una a las seis…
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